Page 303 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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En marzo de 1933, los accionistas de Luz deciden dar un cambio político a su línea editorial y apartarse de Azaña, todo en nombre de lo que llama- ron la “nacionalización de la República”. El 14 del mismo mes, Luis Bello, su director, dimite: “Como para mí, la República está hoy defendida por un gobierno nacional mucho más amplio, es decir, mucho más nacional, que otro meramente republicano sin socialistas, sin representación de las clases obreras, sin el concurso de media España, no tuve ni un momento de vacilación frente a la actitud de la empresa”.
Cuando el 7 de septiembre se rompe la coalición gubernamental, a nuestro dibujante se le cae el mundo encima. Quizá su entusiasmo no le dejó ver cuán frágil era el lazo que unía a republicanos y socialistas, y clama una vez más por el reagrupamiento de todos los republicanos. Así, coincidiendo con la llegada de los restos mortales de Blasco Ibáñez a Valencia, publica el si- guiente pie al acontecimiento: “Mi alma os agradece el grandioso homena- je que me tributáis; pero os agradecería más aún que os unierais y olvidarais vuestros rencores, para juntaros en defensa de la República”. Y recordará irónicamente la metáfora con la que Azaña había advertido: “cuando los republicanos se enfrentan entre sí, los que agitan siniestramente sus alas son los pájaros que anidan en la noche del árbol republicano”. Coincidieron ambos en que el auge de las derechas provenía siempre de la desunión re- publicana.
Bagaría sigue de cerca a Azaña en la oposición. Firma el manifiesto de creación de su nuevo partido, Izquierda Republicana, saludado por Luz “como necesario para apresurar el rescate moral de la República”.
En 1936, pudo haber un cierto alejamiento de Bagaría de las posiciones de Azaña. Pero el caricaturista se encontraba físicamente mal, cansado de tan- ta lucha intestina, y temía, como sucedió, el levantamiento militar. En su diálogo con Lorca, Bagaría muestra su gran desesperación. Esa charla tuvo lugar el 19 de junio de 1936, y en ella le manifestó al poeta: “Parece que Caín fue el único que dejó semilla en nuestro suelo”. Como escribió Elorza, era todo un anuncio de lo que estaba a punto de ocurrir “y desde una ideo- logía muy próxima a la del presidente, un avance de lo que será La velada en Benicarló”.
A los dos, el viento de la guerra los llevó al exilio, deshechos y hundidos. Ninguno de ellos resistió mucho tiempo. El dibujante murió en La Habana el 26 de junio de 1940. El presidente de su República, acosado y perseguido, solo le sobrevivió unos meses. Falleció en Montauban, en el sur de Francia, el 3 de noviembre del mismo y fatal año.
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