Page 314 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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teniendo ambos razón desde el punto de vista moral, se equivocaron desde el punto de vista político. Su propósito moral, compartido e irre- prochable, era salvar vidas, y para ello, Azaña se inclinaba por una rendi- ción negociada sobre la base de principios humanitarios, y Negrín por resistir hasta que la guerra de España se disolviera en el inminente con- flicto mundial. A efectos políticos, sin embargo, tanto los cálculos de Azaña como los de Negrín se revelaron cruelmente equivocados, puesto que ni Franco aceptó ninguna paz humanitaria, según se puso de mani- fiesto tras el golpe del coronel Casado, quien ofreció la rendición incon- dicional de la República a cambio de medidas de gracia para sus comba- tientes y partidarios, ni Hitler abriría nuevos frentes de guerra en Europa hasta no tener definitivamente cerrado el de España.
La heterogeneidad de esta otra España, de la España que, sobre el papel, incluiría a la República, se multiplica si se adopta el mito de las dos Es- pañas como criterio para enjuiciar retrospectivamente la totalidad del pasado peninsular y no solo las fuerzas en conflicto durante la Guerra Civil, recurriendo a una suerte de historiografía militante. El hecho de que el bando nacionalista reivindicase el imperio español como época de esplendor a la que habría que regresar, como entonces, combatiendo y expulsando a la anti España, invitaba a abordar el pasado peninsular ras- treando la fisura entre dos formas de entender y gobernar el país que, en 1936, se habría transformado en un insalvable abismo. El mecanismo de considerar como parte del mismo bando, de la misma España, a todos aquellos españoles que a lo largo de los siglos fueron víctimas del imperio, o por mejor decir, de la falsa representación de España como imperio, responde a una lógica emocional, pero en ningún caso sustantiva, de la que participó el bando nacionalista, obsesionado con los recalcitrantes enemigos interiores, pero que en muchos casos tentó, además, al de los derrotados. Los musulmanes de Granada, los conversos ajusticiados por el Santo Oficio, los moriscos expulsados, los nativos esclavizados en las Indias, los místicos, los reformadores, los afrancesados, los liberales de Cádiz, los ateos, los masones, los librepensadores, los comunistas, los anarquistas, los republicanos, los homosexuales, las mujeres, los gitanos: la nómina es interminable, y su sola extensión hubo de producir sobre el ánimo abatido de quienes cruzaron la frontera en 1939, rumbo al exilio, el reconfortante consuelo de no estar solos en sus desdichas. Pero el vín- culo que los unía a esa nómina interminable no respondía a que compar- tieran ideas o doctrinas parecidas, sino a que, en una nueva dimensión de las oposiciones asimétricas señaladas por Koselleck, habían sido víctimas del programa político denunciado por Azaña en La velada en Benicarló, sobre el que prospera el mito de las dos Españas: el programa de unificar a los españoles por la creencia, estableciendo una frontera entre ortodoxia y heterodoxia, entre buenos y malos españoles, entre España y anti Espa- ña. En tiempos de los Reyes Católicos, escribe Azaña, “se condensó la nacionalidad en torno de un principio dogmático, excluyente”, que con-
el fuste torcido del liberalismo español 313
































































































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