Page 55 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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de Estudios; varios viajes a los frentes aliados en 1916 y 1917; y de nuevo en París, de junio de 1919 a abril de 1920, como corresponsal de dos pe- riódicos, El Fígaro y El Imparcial.
Madrid me parece incómodo, desapacible y, en la mayor parte de sus lugares, chabacano y feo –escribirá en Plumas y palabras, de 1930, pero que recoge artículos anteriores–. Es un poblachón mal construido, en el que se esboza una gran capital. [...] Más de un millón de cuerpos sudorosos se estruja en la angostura de estas calles, grita y se atropella, como infelices bestezuelas que se hubiesen dejado coger en una jaula sin salida. [...] En Madrid no hay nada que hacer, ni adónde ir, ni nada que ver. Madrid es un pueblo sin historia [...]. Entre Madrid y una ciudad histórica hay la misma diferencia de calidad que entre la Piazza San Marcos y la calle Ancha de San Bernardo. [...] Madrid es la capital del abandono, de la improvisación, de la incongruencia; el paseante sería feliz si viese los comienzos de una era de modernización.
En la última frase puede advertirse lo que Azaña hará cuando tenga auto- ridad para conseguirlo, o al menos para intentarlo: la modernización de Madrid.
Azaña no era hombre de tertulias –y lo dirá él mismo–, pero asistió, de manera más o menos esporádicas, a la de La Granja El Henar, a la que iba a la salida del Ateneo, con otros miembros de la directiva y a veces con amigos que habían asistido a algún acto público en la calle del Prado, 21; a la tertulia del Regina, que encabezaba el viejo ateneísta Luis García Bil- bao, y a la tertulia que se reunía los domingos por la tarde en la casa de Ricardo Baroja y su mujer, Carmen Monné, en la calle de Álvarez Mendi- zábal, número 34. Entre tertulia y conciliábulo de conspiradores estaban las reuniones semanales a las que acudía Azaña, desde principios de 1925, en la rebotica de la farmacia que José Giral tenía en la calle de Atocha, número 33.
En los años veinte es cuando Azaña empieza a pensar en Madrid como capital, porque el pensar en la República le llevaba a imaginar una capital digna de ella:
Si no existe una idea de Madrid, es porque la villa ha sido corte y no capital. La función propia de la capital consiste en elaborar una cultura radiante. Madrid no lo hace. Es una capital frustrada como la idea po- lítica a la que debe su rango. La destinaron a ciudad federal de las Es- pañas, y en lugar de presidir la integración de un imperio no hizo sino registrar hundimientos de escuadras y pérdidas de reinos. No conoció los tiempos de esplendor. Carecía de fuerza propia, al revés de aquellas repúblicas de mercaderes que llegaban a la cultura superior ahítas de riqueza. No tuvo tampoco un tirano de gran estilo, de esos que sacian
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Antonio Pau



























































































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