Page 56 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
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2 Azaña, Manuel, Plumas y palabras, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, 1930, p. 219.
3 Ibídem, p. 224.
su amor a la gloria levantando monumentos. Iba a ser emporio de dos mundos y quedó reducido a sede de una dinastía de locos, albergue de millares de frailes, donde pululaban unos burgueses famélicos a quienes se permitía vivir en casuchas inmundas emparedadas entre los conven- tos y los palacios de la grandeza.
Concluye: “Pero el caso es que España necesita un Madrid. Partiendo de una idea de España, Madrid se obtiene por pura deducción. Como designio, Madrid participa de la perennidad de una idea que tal vez nunca se realice”2.
Como puede advertirse, en la mente de Azaña Madrid ha dejado de ser un poblachón sin remedio. Hay un Madrid mejor que es posible. En adelante, aunque tenga que reconocer que la ciudad que ve no le gusta, atisbará en el horizonte una capital moderna, que será la síntesis –o el “centro direc- tor”, dirá en otro artículo– de una España moderna, distinta de la España decadente de los estertores de la monarquía alfonsina. “El Madrid docto y avisado está por nacer”, escribirá3.
En 1930 se publicó una recopilación de ensayos de Azaña, Plumas y pala- bras, el último de los cuales se titulaba simplemente “Madrid”. La idea central del ensayo es la necesidad de pensar Madrid:
El caso es que España necesita un Madrid. Partiendo de una idea de España, Madrid se obtiene por pura deducción. [...] Madrid está sin hacer porque lo hemos pensado poco. Si pensásemos más en él, Madrid sería una proyección de nuestro espíritu.
Esa es una tarea que Azaña no dejará de tener presente: hay que pensar Madrid. No hay que resignarse a que sea “el aborto de una ambición que llora su fracaso”. En más de una ocasión les dijo Azaña a sus amigos que le habría gustado ser alcalde de Madrid, y lo cierto es que hizo –o trató de hacer– más por Madrid que los alcaldes de aquellos años republicanos, que no fueron, desde luego, los mejores de la historia de la ciudad.
En abril de 1931 Azaña es nombrado ministro de la Guerra. El ministro de la Guerra tenía residencia en el palacio de Buenavista, pero Azaña prefirió seguir viviendo en su casa de la calle de Hermosilla. Cuando fue nombrado presidente del Gobierno en octubre de 1931, tampoco dejó su casa de Hermosilla, y los consejos de ministros siguieron celebrándose en el palacio de la Castellana. Pero el 23 de febrero de 1932 sí se trasladó a Buenavista (“estoy más cómodo, porque me ahorro idas y venidas a mi casa, y dispon- go de más tiempo”, escribe en la anotación del día 26 de febrero). Los consejos de ministros empezaron a celebrarse en el ministerio de la Guerra desde el día 26 de febrero; a partir del 21 de abril volvieron a reunirse en la sede de la presidencia del Gobierno.
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