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Nada temas, dice ella
Rosa Martínez
Cuando se organiza una exposición, uno de los aspectos más delicados es la elección del título. El título es una puerta abierta hacia el sentido o la conciencia crítica; promete sabiduría, revelaciones o maravillas. Es un recla­ mo, una síntesis, a veces críptica pero sugerente, del viaje al que se invita al espectador.
Siendo Teresa de Jesús una prolífica escritora, me parecía ineludible elegir para el título de esta exposición pala­ bras que hubieran salido de su pluma. Me adentré en la lectura de sus obras completas con la esperanza de que,
en algún momento, saltara desde sus páginas la inspiración clara, la frase preciosa y contundente. Leí también numerosas y significativas biografías de la santa, como las de Olvido García Valdés, Rosa Rossi, Cristina Morales, Julia Kristeva o Kate O’Brien...1 Subrayé libros y artículos en los que aparecían citas suyas. Asistí a las conferencias más dispares, que parecían surgir en mi proceso de investigación para ayudar­ me a encontrar el relámpago deseado. Escuché muchos ecos, y en todos reso­ naba algo poderoso sobre lo que aún hoy puede decirnos esa mujer fecunda y audaz. Pero no surgían las palabras precisas para el título. Teresa se me acercaba y se me escapaba.
Por otro lado, hubo un momento en que comprendí que, más allá de
actualizar la significación del legado de la santa, una exposición de arte contemporáneo relacionada con ella requería entender por qué Teresa sigue siendo relevante, qué relación tiene con las búsquedas espirituales, exis­ tenciales y políticas a inicios del tercer milenio. Imaginé que, de haber vivido hoy y haber visto ampliado el campo de acción de sus mensajes a través de las obras seleccionadas, las habría dis­ cutido con entusiasmo y comprendido perfectamente. Sentí que podía hacer mi trabajo desde donde sé hacerlo: desde la intuición y el saber adquirido a través de los años, desde el deseo
de aprender y enseñar a ver, desde la profunda admiración hacia su «genio para la vida», pues Teresa «pasó de un plano a otro de la experiencia humana, siempre alerta, siempre con su pode­ rosa inteligencia. Soñó, ambicionó, rio, fantaseó y pecó; sufrió lo mismo de cuerpo que de espíritu, como pocos pueden haberlo hecho; observó, estu­ dió; dirigió destinos humanos; dominó y gobernó ese insoluble asunto de la vida exterior; exploró, de forma exacta y con modestia, las regiones peligrosas de su propio espíritu singular, y halló en él su propio “castillo interior”; “vio” a Dios, y luchó escrupulosamente para interpretar para nosotros esa visión [...]. Y dejó tras de sí el relato de ese triunfo en escritos tan hondos y natu­ rales como hermosos».2
Teresa de Jesús encontró su pro­ pósito existencial en la refundación
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