Page 34 - El retrato español en el Museo del Prado
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advierten la seguridad y el dominio sobre la sociedad de los cuales hacen gala. Es una época en la que los autores buscan el pareci- do un tanto aureolado por un vigor que em- bellece facciones, las libera de rasgos que no pendan de la vulgaridad y tienden a dulcifi- car durezas en el rostro y suavizar las manos, que adquieren casi una fisonomía individual que es necesario observar y conseguir con la misma escrupulosa atención. Los modelos, por lo general, se evidencian en sus singula- ridades por las cabezas, colocadas sobre cuerpos en los que las formas se ocultan por la indumentaria suntuosa, de buen corte y, por lo general, a la moda francesa, que es la que contaba internacionalmente y era de buen tono lucir. Como es lógico, fueron mu- chos los autores que siguieron estas pautas en España, y de los que el Prado es poseedor de ejemplos destacados de su producción, aparte de los señalados más atrás por el re- nombre que alcanzaron. Por todo lo que an- tecede cabe mencionar a José Gutiérrez de la Vega (1791-1865), Rafael Tegeo (1798- 1856), Luis Ferrant (1806-1868), José Roldán (1808-1871), José María Romero (h. 1815-h. 1880), Víctor Manzano (1831-1865), Francisco Masriera (1842-1902), José Villegas (1844- 1921), y Emilio Sala Francés (1850-1910), entre una pléyade compuesta por numerosos artis- tas del pincel y los lápices.
Se pensaba que la obra de arte destaca- da y la teoría cimentada sobre indagaciones bien experimentadas poseían mucho en co- mún, hasta tal punto que de manera natural poseían entre sí una fuerte interdependen- cia. Bastantes artistas procuraban conocer a sus modelos personalmente, observarlos y
escucharlos para comprenderles mejor y ex- presar con el mayor acierto sus respectivas personalidades distintivas, lo que acababa definiendo el plano en que se debatía la cues- tión del efectismo y la aceptación, de donde se desprendía que al final se trataba más de un tema puramente emocional que visual. Es bien conocido que algunos recurrieron a la fotografía como punto de partida, especial- mente en ciertos casos en los que el efigiado no estaba presente, por encontrarse en países lejanos, allende los mares, o si se hallaba en las proximidades y deseaba reducir las sesio- nes de posado.
Al arte del retrato, tantas veces reinven- tado por las generaciones que se sucedían unas a otras, desde el Renacimiento en ade- lante, este periodo aportó el cuidado y el ri- gor exacto y firme en calidad de valor nuevo para estas fórmulas pictóricas. Ejemplo de muchos de estos principios básicos, técnicas puestas al día y triunfos nacionales e inter- nacionales, pintor múltiple y excelente re- tratista, tal vez el más diversificado de todos los de su tiempo y feliz intérprete de una so- ciedad abierta y cosmopolita, a ambos lados del Atlántico, pero celosa de sus tradiciones inveteradas, fue Joaquín Sorolla y Bastida (1863-1921).
El género, que vivía sus años de esplendor aun cuando se apreciase ya que las nubes de la tormenta que producirían las grandes transformaciones renovadoras comenzaban a remontar la línea del horizonte, continuaba su brillante andadura. Sin embargo, se aveci- naba el momento en que triunfarían otros pintores, más jóvenes e imbuidos de las nuevas ideas, que acabarían por imponerse; de hecho,
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