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Anuario AC/E de cultura digital 2025
representarse de manera genérica: hablamos de
«árboles» o «plantas», no de especies concre-
tas. Esto contrasta marcadamente con cómo
representamos a los animales: un personaje se
encuentra con «un león» o «un lagarto», no
simplemente con un «animal». Este enfoque
genérico también domina cuando discutimos su
inteligencia: tendemos a preguntarnos si «las
plantas» son inteligentes, en lugar de considerar
si una especie concreta podría serlo.
Podemos ver, entonces, como lo habitual es
pensar en las plantas como objetos, más que
como sujetos u organismos vivos que interactúan
de manera activa con su entorno. Esta forma de
entenderlas se retroalimenta, a su vez, con una
serie de sesgos que solemos adoptar de manera
implícita, lo que explica nuestra resistencia a la
hora de pensarlas como seres inteligentes.
Lo habitual es pensar en las plantas como
objetos, más que como sujetos u organismos
vivos que interactúan de manera activa con
su entorno.
Estos sesgos son múltiples y variados. Uno de
los principales tiene que ver con el movimiento:
asumimos implícitamente que las plantas no
pueden ser inteligentes porque no son capaces
de desplazarse de un sitio a otro, a diferencia,
por ejemplo, de nuestra querida aspiradora. Este
planteamiento, sin embargo, es erróneo por
varios motivos. En primer lugar, porque parte
de la idea equivocada de que las plantas no se
mueven, cuando en realidad sí lo hacen. La clave
está en que su forma de moverse es distinta de la
locomoción animal: las plantas no se desplazan,
son sésiles, están ancladas al suelo y no aban-
donan su punto de partida. Pero ¿acaso no es
crecer una forma de moverse?
De hecho, el crecimiento en las plantas no es
un simple aumento de tamaño, sino un proceso
dinámico que adopta distintas estrategias según
la función y el entorno. En algunos casos, el
crecimiento implica una expansión uniforme del
cuerpo de la planta; en otros, el desarrollo ocurre
de manera localizada, como en la elongación
de raíces y tallos en sus extremos. Este tipo de
crecimiento direccional es particularmente inte-
resante, porque no solo permite que las plantas
ocupen más espacio, sino que también les da la
capacidad de explorar activamente su entorno.
Por ejemplo, las raíces alargan sus puntas en
busca de agua y nutrientes, mientras que los
zarcillos de algunas plantas trepadoras se extien-
den y ajustan su trayectoria hasta encontrar un
soporte al que aferrarse.
Imagen: Freepik
Este tipo de movilidad, basada en la regulación
precisa del crecimiento celular, se suma a otros
movimientos vegetales, como la circumnutación.
Charles Darwin acuñó este término —derivado
del latín circum (‘alrededor’) y nutare (‘oscilar’ o
‘cabecear’)— para describir los patrones de mo-
vimiento en espiral que exhiben muchos órganos
vegetales. La circumnutación es ubicua: raíces,
zarcillos, hojas, flores, estolones..., prácticamente
cualquier estructura vegetal, si se observa con
la suficiente paciencia, revela un movimiento
sutil pero constante (Calvo, 2022). Así, lejos de
ser organismos estáticos, las plantas combinan
distintas formas de movimiento para responder
a su entorno de manera flexible y eficiente, sin
necesidad de desplazarse como los animales.
Es fundamental comprender que estas dife-
rencias en el tipo de movimiento no entran en
conflicto con la inteligencia o su ausencia. La
evolución dota a cada especie de estrategias
96 De LA INTELIGENCIA DE LAs PLANTAs a LA ROBÓTICA DEL MAñANA ·
Inés ABALO RODRíGUEz y PACO CALvo





















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