Page 75 - I estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las MarianasI estoria-ta: Guam, las Marianas y la cultura chamorra
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un año después de la llegada de San Vitores, educaban en la fe a un flujo regular de niños y niñas, así como en las destrezas básicas que necesitarían para interac- tuar con el mundo, ahora más amplio para ellos, en el futuro. Además del Colegio de San Juan de Letrán y la Escuela de las Niñas, los jesuitas regían una escue- la agrícola en las tierras agrarias del pueblo de Pago, donde los estudiantes aprendían diversos oficios al tiempo que cuidaban del ganado y los cultivos de los jesuitas (Bustillo, 23 de mayo de 1690, ARSJ Filipinas 14, ff. 75-83).
La población del archipiélago, estabilizada en unos 2000 habitantes, vivía en su mayoría de forma pacífica en los pueblos donde se les había reubicado. Aunque la iglesia se había convertido en el epicentro de la vida local, no ejercía un control pleno sobre las vidas de la población. Muchos habitantes tenían tierras familiares en el interior de la isla, conocidas como lancho. Estos repartían su tiempo entre su residencia y estas fincas, y en algunos casos volvían al pueblo únicamente para asistir a la misa dominical.
En diversos momentos, las autoridades de las Ma- rianas, conscientes del desplome de la población y el coste que tenía para la Corona el mantenimiento de esta colonia, recomendaron una solución drástica: un gobernador propuso que, sencillamente, los españo- les abandonasen el archipiélago y que toda la pobla- ción fuera trasladada a Filipinas (Bustillo, 14 de abril de 1702, ARSJ Filipinas 14, ff. 324-5; Hezel, 2000: 47). Los jesuitas, por supuesto, se opusieron enérgicamente a tales propuestas, que habrían puesto fin a la misión que habían construido pagando incluso con su propia sangre. Contaron en su pretensión con el apoyo de la Corona española, que decidió mantener la colonia, aunque fuera únicamente por su valor como puesto defensivo para los navíos españoles.
La vida en las islas se había vuelto tranquila, inclu- so tediosa. Poco ocurría de interesante además de la llegada del galeón anual, por lo que las cartas de las misiones eran meramente una retahíla de uniones matrimoniales, fallecimientos y favores concedidos. El único acontecimiento destacado en la monótona su- cesión de años fueron las celebraciones de 1747 por la coronación de Fernando VI. La descripción de los eventos llenó página tras página los informes españo- les. Sin embargo, en el fondo, el silencio y el tedio eran tranquilizadores, pues significaban que la colonización de las islas había culminado y que los españoles y los nativos de las Marianas habían aprendido a convivir en paz (Hezel, 2000: 52).
9. El fin de una era
La labor de los jesuitas en las Marianas llegó a su abrupto final en 1769, poco después de que la Corona española expulsara a los jesuitas de sus reinos. Esta expulsión, con posterioridad a que Portugal y Francia tomaran decisio- nes similares, se enmarcó en la reacción generalizada contra la Compañía de Jesús que culminó en su total supresión por parte del papa unos años después. Con la expulsión de los jesuitas, que habían dado comienzo y servido a la misión evangélica durante 101 años, la iglesia de las islas Marianas fue puesta en manos de los agustinos recoletos de las Filipinas. Estos se harían cargo de la misión casi hasta finales del siglo xix, cuando España cedió la titularidad de las Marianas a otras potencias.
Durante el siglo de labor jesuita en el archipiélago, un total de 74 jesuitas habían servido a la misión, de los cuales la mitad había muerto allí. Habían comen- zado solos, sin el personal colonial y militar que nor- malmente habría formado parte de una comitiva de misioneros como aquella. Sin embargo, habían conta- do con la ayuda de un grupo diverso de legos que los asistieron en su labor. Estos ayudantes, con el paso de los años, incluyeron a algunas figuras destacadas como José Quiroga, un experimentado soldado que llevó una vida austera y prestó servicio a la misión durante mucho tiempo. Habían superado los obstáculos de las dos primeras décadas, para ver después cómo las per- sonas a las que servían se asentaban en la pacífica vida cristiana que siempre habían deseado para ellos. Sus sucesores, los recoletos, atenderían ahora a un pueblo que vería cómo oleadas de nuevos visitantes, con las dificultades culturales de rigor, recalarían en sus orillas durante el siguiente siglo.
10. El impacto de la Iglesia
La conversión de una civilización isleña, que San Vitores había previsto como pacífica y bien dispuesta, resultó ser una tarea mucho más ardua de lo imaginado. Su intento de difundir las bendiciones del Evangelio precipitaron el conflicto cultural que enseguida se tornaría violento, lo que, en consecuencia, había conllevado represalias por parte de los españoles una vez que su brazo militar y administrativo se había extendido lo suficiente. Es por ello que el camino hacia la conversión de las Marianas, al igual que en otras muchas partes del mundo, se realizó a fuerza de conquista y colonización. Al final, el archipié- lago había perdido a la mayoría de su población a causa
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La misión en las Marianas
























































































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