Page 34 - El Capitán Trueno. Tras los pasos del héroe
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Y de esa historia se trata(rá), precisamente: o de esas historias, puesto que son, al me- nos, dos. Caracteres bien definidos son necesarios para un buen desarrollo, sin duda; pero no son, en absoluto, condición suficiente del relato. ¿Cuántos aspectos y temperamentos bien logrados vagan en la historia de la literatura –o del cine– en busca de argumento que cobije y ampare, cuántos en la historia del cómic? Seis personajes, en la obra de Luigi Pirandello, buscan autor. Muchos otros, muchos más, atraviesan las historias de lo que, con generosidad y exceso, podemos llamar literatura, implorando, abatidos o inquietos, trama, argumento o situación: una eco-nomía y una eco-logía narrativas que dispensen hogar: aunque sea (y porque lo es) para abandonarlo. No es el caso, se verá, del héroe de estas páginas ni de sus camaradas. Su cobijo, su baluarte, es el relato. Lo que no obsta para que los dramatis personae merezcan una escueta mención.
El Capitán Trueno y su compañía (tanto la permanente como la ocasional) son, efectiva- mente caracteres bien definidos. La indefinición o el exceso afectan (y constituyen), como se ha indicado, al héroe en su origen y, acaso, en sus años de andanzas y aprendizajes9, pero no en su carácter, no en su destino. Y tampoco al estilo de los que le acompañan en la tarea: aunque quizá sí, algo se verá, a los que se oponen como obstáculo; al adversario, que puede tener, aunque no es necesario, trazas diabólicas.
Los personajes del cómic auguran, sí, un grupo equilibrado, indudablemente capaz de suscitar la complicidad del lector; y si el lector es joven, o más apasionado que analítico, una suerte de identificación. El Capitán reúne todas las características físicas, intelectuales y morales que se pueden suponer en el caballero (el caballero «ideal» o el ideal de caballero;
 «La máscara del dios olvidado», 1987
9 Excesivo es el origen de casi todos los héroes griegos, o nórdicos, vástagos de humanidad y divinidad; excesivo el de nuestro Señor Jesucristo; raro, cuando menos, el de Moisés. La anomalía del nacimiento se vincula con un destino excesivo, y acaso con una muerte trágica. Por otra parte, ¿en qué entretuvo sus ocios Jesucristo durante treinta años? Magras referencias en los evangelios sinópticos (tan solo un puñado de versículos en Lucas) indican que progresaba adecuadamente, y que ya a los doce años deslumbraba por su sabiduría; algunas, pocas, en los evangelios apócrifos señalan predisposición al milagro. Herakles, en relatos también anémicos, apuntaba ciertas maneras que luego (en el «luego» de la narración) se ratificaron con creces. ¿Y Aquiles? ¿Y Ulises? ¿Y Ajax? ¿Y Sigfrido? El elenco, más que numeroso, es innumerable.





























































































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