Page 70 - El Capitán Trueno. Tras los pasos del héroe
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68 JUAN CALATRAVA
alcanzar gracias al globo de Morgano, pierde rigor histórico y contextualización cronológica conforme nos acercamos a sus bordes exteriores, y en él se dan la mano esquimales del Ártico, mongoles y tártaros de Asia Central, hindúes y tibetanos, habitantes del desierto, cavernícolas de ignotas ciudades subterráneas, chinos y japoneses del Lejano Oriente, salvajes del África Negra o pueblos americanos precolombinos.
Tanto en la trama de las aventuras como en los espacios que les sirven de marco, las referencias de los guionistas y dibujantes son múltiples y puede decirse que componen un verdadero catálogo del imaginario folclórico europeo, un magma en el que flotan, con diferentes grados de literalidad, las evocaciones de Homero, los poemas de Beowulf, los Nibelungos o Mio Cid, Las mil y una noches, Marco Polo y los viajeros medievales de las «maravillas», Rabelais, Cervantes, Shakespeare, los cronistas de Indias, Jonathan Swift, Walter Scott, Alexandre Dumas, Poe, Emilio Salgari, Jules Verne y un largo etcétera. En el fondo, con el Capitán Trueno asistimos a la continua destilación en forma de cultura popular de algunos de los mitos, historias y personajes más arraigados en la literatura y el folclore de Occidente y del mundo islámico.
Inmediatamente pasaremos revista a los principales tipos de arquitecturas que sirven de escenario a las aventuras del Capitán, pero antes que nada hay que señalar cómo, en medio de toda su variedad, un rasgo aparece casi de modo omnipresente: muy a menudo se trata de arquitecturas engañosas, cuya aparente solidez maciza oculta un sinfín de sorpresas que desempeñan un importante papel como jalones de la narración. La firmitas de estos edificios se ve continuamente comprometida por toda una serie de ingeniosos dispositivos que, si en algunos casos constituyen vías de escape (desde los innumerables y oportunos pasadizos secretos hasta, por ejemplo, los sillares que, en Cautivos de Erik, núm. 65, se mueven y per- miten huir a nuestros héroes, en una cita transparente de El conde de Montecristo), las más de las veces son una refinada plasmación arquitectónica de la infinita astucia del mal. Así, muchas de las escaleras no son simples elementos de comunicación, sino escalinatas ocultas (un ejemplo particularmente logrado en cuanto a su impacto visual: la tan vertiginosa como
El Capitán Trueno, 65, «Cautivos de Erik», 1957