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Junto a su hermano Perico debutó en gran- des teatros y hoteles como el Palace, tanto en Madrid como en Barcelona. Llenaron los teatros e introdujeron continuamente nove- dades en sus actuaciones, como las famosas charlas ramperianas —discursos improvisa- dos que preparaban con una formación en paralelo de textos de diferentes campos— o la utilización de músicos que les acompaña- ban como interlocutores entre los artistas y el espectador a través de los chistes.
Su trabajo deSdi- bujó loS límiteS del campo eScénico que había realizado haS- ta entonceS, crean- do un Subgénero mezcla de muSic hall, vodevil y circo.
RAMPER En EL PARquE DEL RETIRO COn Su COCHE A PEDALES C. 1925 HEREDEROS RAMPER
En 1920, durante un entrenamiento gim- nástico, su hermano Perico murió acciden- talmente en San Sebastián. A partir de ese momento, Ramper adoptó definitivamente su nombre y decidió crear compañeros de ficción, como un muñeco de paja o un niño que lloraba sin parar a lo largo de la función —en la que su mujer Aurina ponía voz entre bastidores—, hasta una posterior evolución en la que aparecían en el escenario bicicletas y automóviles como segundo protagonis- ta escénico. Al mismo tiempo, se creó una imagen propia que caracterizaría su mito: esmoquin rojo, camiseta roja y zapatillas blancas, atuendo con el que salía siempre al escenario.
Su fama se agrandaría en el transcurso de los años veinte, cuando debutó en el teatro Maravillas junto a otros dos grandes paya- sos españoles, Pompoff y Thedy, miembros de la saga Aragón —tíos de los famosos “pa- yasos de la tele” Gabi, Fofó y Miliki— e hijos de su hermano Emig, que formó parte de su grupo al comienzo de su carrera artística.
En su afán por caricaturizar el mundo que le rodeaba, y en particular los inventos de la modernidad, concibió un automóvil con pe- dales que incorporaría posteriormente a sus números. Es de especial interés la manera en que fue utilizada su imagen en los años veinte, convirtiéndose en motivo de artícu- los populares, abanicos, cajas de bombones, juguetes mecánicos, tragabolas de cartón que imitaban su cabeza, muñecos de trapo... En definitiva, su fama sobrepasó la escena y se convirtió en una figura muy conocida nacional e internacionalmente a través de la incipiente publicidad. Su nieto José Ramón Mariscal nos contó una anécdota que centra la admiración y el reconocimiento popular que mereció su abuelo en los años veinte: Ramper se hizo editar una colección de se- llos con el rostro pintado que caracterizaba su imagen para utilizar en las cartas que re- mitía a su familia desde distintas ciudades de España. Dada su popularidad, conseguía que llegaran a su casa sin problemas.
Su imagen de excéntrico payaso inundó los carteles de los tranvías, las etiquetas de las botellas de licor, los interiores de las casas y las habitaciones de los niños a través de
SELLOS RAMPER HEREDEROS RAMPER
los juguetes de lata que la famosa casa Payá empezó a fabricar, productos que han llega- do hasta nuestros días, en los que son re- clamo frecuente de las tiendas de objetos antiguos y coleccionismo.
El mismo Ramper sabía del poder de su marca. Eran conocidas sus salidas por Ma- drid vestido de payaso o sus paseos con un coche de pedales por El Retiro, el mismo parque que sirvió de fondo para El Orador, monólogo de Ramón Gómez de la Serna fil- mado en esos mismos años.
El espectáculo estaba en la calle y Ramper era el protagonista incuestionable. Su traba- jo escénico siguió en progresión, repartién- dose a mediados de los años veinte entre los teatros Maravillas, de Madrid, y Eldorado, de Barcelona.
Su popularidad alcanzó cotas muy altas, como demuestra su colaboración en 1926
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