Page 194 - Azaña: Intelectual y estadista | eBook
P. 194

5 La obra de referencia de Maravall, que impugnó con contundencia la interpretación de las Comunidades como resistencia reaccionaria a la modernidad (uno de cuyos últimos cultivadores había sido Gregorio Marañón en 1957), tiene un explíci- to título: Las Comunidades de Casti- lla. Una primera revolución moderna (Madrid, 1963; puesta al día en 1979). La de Pérez, La Révolution des “Comunidades” de Castilla, 1520- 1521, fue publicada en Burdeos en 1970 (traducción española en 1977, con varias ediciones posteriores). La de Gutiérrez Nieto, perfilando la di- mensión campesina que contribuyó a su radicalización social: Las Comu- nidades como movimiento antiseño- rial, Barcelona, Planeta, 1973.
crítica de las posiciones de Ángel Ganivet. Y cuatro años después, cuando los restos del escritor –muerto en Riga en 1898– fueron trasladados a su Granada natal, dando lugar a un rebrote de su gloria póstuma, Azaña apro- vechó la ocasión para ampliar su comentario introduciendo una extensa y documentada referencia a los comuneros, y recogió luego ese largo artículo, con el título “El Idearium de Ganivet”, en el libro Plumas y palabras, publi- cado en 19304.
Según la interpretación más común desde finales del siglo xix, los comu- neros, otrora exaltados por ilustrados y románticos como luchadores por la libertad, no habían sido sino defensores de tradiciones medievales frente a la modernidad europea encarnada por el emperador Carlos V. Ganivet se había hecho eco de esa visión al escribir en el Idearium español, publicado en 1897, que “eran castellanos rígidos, exclusivistas, que defendían la polí- tica tradicional y nacional contra la innovadora y europea de Carlos I”. Refutando ese punto de vista, Azaña presentó a las Comunidades de Cas- tilla como un movimiento de raíz popular formado por los elementos más dinámicos de la sociedad, y capaz de realizar un esbozo político anticipador de propuestas constitucionales que cristalizarían luego en la Inglaterra del siglo xvii y la Francia del xviii; la de las Comunidades habría sido, a la postre, la primera revolución moderna de la historia europea.
Lo más relevante es que Azaña basaba su exposición, no en afirmaciones esencialistas ni en emociones líricas, sino en un análisis perspicaz de las fuentes: en particular las que Manuel Danvila había recopilado en los seis volúmenes de su Historia crítica y documentada de las Comunidades de Cas- tilla (Madrid, 1897-1900), e incorporó también referencias a la Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V de Prudencio de Sandoval. Con su buen olfato histórico y un sólido trabajo de documentación, Azaña avan- zaba conclusiones que, pasadas cuatro décadas, irían consolidando histo- riadores como José Antonio Maravall, Joseph Pérez o Juan Ignacio Gutié- rrez Nieto5.
Hoy sabemos que Azaña atinaba no poco cuando escribía que los comune- ros “querían libertarse del despotismo cesarista, del gobierno por favoritos, del predominio de una clase. Invocaban un derecho, pusieron en pie insti- tuciones, pedían garantías conducentes al gobierno de la nación por las clases media y productora”. También cuando insistía en que había en ellos claridad de propósitos: “El acento que domina en la revolución de las Co- munidades es lo menos romántico posible. Todo en sus documentos respi- ra sensatez, cordura, aplomo: contienen planes de buen gobierno, reformas en la administración, y no están exentos de pesadez legalista”. O cuando afirmaba que “la contienda política se extendió a guerra social, a conflicto de clases, revolviéndose los pecheros, sobre quien gravitaban las cargas del reino, contra la clase nobiliaria, brazo ejecutivo de la Corona”, de tal modo que “la asistencia de algunos caballeros en la Comunidad, muchos o pocos,
¿azaña historiador? la fundamentación histórica de su acción política 193





























































































   192   193   194   195   196