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aspectos de su pensamiento, que esta mujer llevó hasta un paroxismo y una elucidación jamás alcanzados.
La fe cristiana se apoya en una confianza indeleble en la existencia de un Padre Ideal, y en un amor absoluto hacia este Padre amante que sería, sencillamente, el fundamento del suje to hablante, el cual, por consiguiente, no es otro que el sujeto de la palabra amorosa. Así pues, se trata de un Padre de Ágape o de Amor, que no es Eros, aunque estas dos versiones del amor se parezcan cuando no se oponen a lo largo de la historia de los cristianis mos. «Amo porque soy amado/a y, por tanto, soy»; éste podría ser el silogismo del creyente, que Teresa aplica en sus visiones y éxtasis. Este silogismo nos remite al amante «padre de la prehis toria individual» del que habla Freud. Evidentemente, la primera referencia de Teresa, como en otros místicos, es el sublime Cantar de los Cantares: una combinación de erotismo y sublima ción, de presencia y huida, de cuerpo y palabras.
Sin embargo, la idealización extre ma en estado puro solo se mantiene, y con una orden terminante de rechazo, en el mensaje exotérico de la Iglesia. En cambio, en su posición de exclusión interna, la mística sexualiza conti nuamente la idealización amorosa, aunque no por ello dicha idealización siga siendo menos esencial. Freud puso en evidencia las lógicas de esas alternancias en la economía pulsional
(en su obra Pulsiones y destinos de pul- sión): cuando los procesos y las exci taciones sobrepasan ciertos límites cuantitativos, están erotizados. Los místicos, y muy especialmente Teresa, no solo participan en esta inversión, sino que algunos, y Teresa más que otros, llegan incluso a nombrarla. A partir de ahí, la alternancia idealiza cióndesexualizaciónresexualización, y viceversa, transforma el amor hacia el Padre Ideal en una violencia pulsio nal sin freno, en una pasión hacia el padre que resulta ser una perversión sadomasoquista. Ayunos agotadores, penitencias, flagelaciones –llegando incluso a ponerse ortigas sobre las heridas–, convulsiones y hasta comas epilépticos que saben sacar partido de su fragilidad neuronal u hormonal; tan solo he citado algunas de las extrava gancias que jalonan esos «exilios de mí» en Él (por repetir una expresión de Teresa), o transferencias en el otro (por utilizar mi lenguaje). ¿Pero acaso estas experiencias están conectadas con el fantasma del «niño azotado» que Freud descubre en el inconsciente de sus pacientes? No exactamente. Mucho más que el «niño azotado», se trata del HijoPadre torturado, o (por seguir con la terminología freudiana) del «Padre azotado» venerado por el cristianismo en la Pasión cristoló gica, con la que va a identificarse el creyente y, de manera paroxística,
el orante en su oración. Una manera gratificante, si se trata de apoyar no
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