Page 62 - Nada temas, dice ella
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(o por lo menos, no solo de la vista), sino que habitan el cuerpo y el espíritu enteros, el psiquesoma. Estas visiones solo pueden darse inicial y esencial mente en el tacto, el gusto y el oído an tes de transitar por la mirada. Podemos decir, por tanto, que un imaginario sen sible –más que una imaginería, imagi nación o imagen, en el sentido escópico del término– apela a las palabras en los escritos de Teresa, para convertirlas en el equivalente a lo sentido por Teresa,
y para poner en juego lo sentido por
sus destinatarios: los confesores de la Madre que exigen y alientan sus textos, sus hermanas que la magnifican, así como los lectores presentes y futuros que somos en el tiempo.
Al estudiar sus textos, entiendo que el agua significa para Teresa de Ávila el lazo con lo divino: lazo amoroso que une la tierra seca del jardín teresiano con Jesús. Brotando de fuera o dentro, activa y pasiva, ni lo uno ni lo otro y sin confundirse con la labor del jardi nero, el agua trasciende la tierra que soy y la hace otro: un jardín. Yo, tierra, solo me convierto en jardín mediante el contacto de un medio vivificante: el agua. No soy agua, porque soy tierra; pero Dios tampoco es agua, puesto que es el Creador. De nuestro encuentro, el agua es la ficción, la representación sensible; encarna el espacio y el tiem po del cuerpo a cuerpo, la copresencia y copenetración que hace al ser: ser vivo. En efecto, la ficción del agua me asocia a Dios sin identificarme con él,
mantiene la tensión entre nosotros y, al llenarme de lo divino, me evita la locura de confundirme con él: el agua es mi protección viva, mi elemento vital. Figura del contacto mutuo entre Dios y la criatura, el agua destrona
a Dios de su estatus suprasensible y lo hace descender para desempeñar, si no el papel de jardinero, al menos el de elemento cósmico que degusto y que me alimenta, que me toca y que toco.
Edmund Husserl escribía que «la “ficción” constituye el elemento vital tanto de la fenomenología como de todas las ciencias eidéticas». Conve nimos en que la ficción «fertiliza» las abstracciones sirviéndose de datos sensoriales, ricos y precisos, trans puestos en imágenes claras. Posible mente este valor de la ficción como «elemento vital» para el «conocimien to» de las «verdades eternas» nunca ha estado tan justificado como en el uso que Teresa hacía del agua cuando escribía sus estados de oración. Un ejemplo «elocuente» de su búsqueda de la sublimación por medio de una palabra que aspira a confundirse con el otro en la experiencia de la regre siónexaltación amorosa...
Aunque sus confesores y editores rebajarían esta exorbitante pretensión, que durante un tiempo llegó a suscitar el interés de la propia Inquisición, antes de que las instancias postriden tinas reconocieran la santidad de la escritora, no por ello dejaría de tener consecuencias. La primera sería la
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