Page 61 - Nada temas, dice ella
P. 61

[...] un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él». En el paroxismo de la exaltación, de repente todos los sentidos basculan en una anulación perfecta: el alma se ve privada de toda capacidad de «trabajo»; en la beatitud hay tan solo «abandono», una exquisita pasividad: «privada hasta de sentimien­ to», «una especie de delirio», «no se siente nada, solo se goza sin conocer
la causa de ese gozo». Positivo y nega­ tivo, goce y dolor extremos, siempre
los dos, juntos o en alternancia. Estas vivencias de plenitud y vacío sensorial destrozan el cuerpo, y lo expulsan en un síncope en que el psiquismo se halla a su vez aniquilado, fuera de sí, antes de que el alma sea capaz de emprender la narración de ese estado de «pérdida». Primero, Teresa hace partícipes de esta narración a sus confesores, dominicos y jesuitas, los cuales, turbados o sedu­ cidos, en un primer tiempo la autorizan y posteriormente la incitan a que la escriba. El punto álgido de estas «visio­ nes», en las que se percibe una ardiente sensualidad, se halla en la descripción magistral de su transfixión, recreada en mármol por Bernini (1646), y que haría las delicias de Lacan en su seminario «Encore» (1972­1973).
El enigma de Teresa no reside tanto, a mi entender, en sus éxtasis como en el relato que hace de ellos; veamos, ¿además de en sus escritos, los éxtasis existen en otras partes? Epilepsia o
no, la filtración del choque epiléptico, de la descarga pulsional, a través de la rejilla del código católico, en la lengua castellana de Teresa, es la que al mis­ mo tiempo asegura su supervivencia biológica y garantiza la duración de su experiencia en la memoria cultural. El escritor es completamente consciente de ello: «[...] Fabricar esta ficción para darla a entender», escribe Teresa en Camino de perfección. De la «ficción» teresiana, en primer lugar, destacaría ese estado que su religión describe como extático, al que yo calificaría de regresión, y que para Winnicott cons­ tituye un «psiquesoma»: otra versión del «sentimiento oceánico». Por otra parte, a través de la ficción del agua –los lectores de Teresa conocen sus variaciones sobre las «cuatro aguas» que la bañan– es como la religiosa comparte con nosotros la pérdida de los límites de sí misma que constituye su inmersión en el otro. Más que una metáfora, para Teresa el agua es una verdadera metamorfosis en el dolor
y la alegría de fluidificarse, de licuarse para ser otro. Finalmente, encuentra su identificación con lo divino en el centro de su Castillo interior, en la sép­ tima morada; y, según Teresa, no es la menor paradoja de este Dios el hecho de que solo se pueda hallarlo en el fondo del alma de esta mujer escritora.
El estilo teresiano está intrínse­ camente anclado en las imágenes, destinadas en sí mismas a transmitir visiones que no dependen de la vista
61



























































































   59   60   61   62   63