Page 15 - El retrato español en el Museo del Prado
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cabría proporcionarle el incómodo estreme- cimiento y la natural desazón que provoca el retrato de un muerto, cuando se adopta una actitud negativa ante el hecho incontrover- tible e irremisible de la muerte, en sus ma- nifestaciones externas y más desalentadoras.
Aunque no sea del todo auténtica, o en origen resultase distinta, se sabe que Stendhal dijo una célebre frase, que se ha elevado a la categoría de canónica: «Una novela es un es- pejo que se pasea a lo largo del camino». De hecho, el común de las gentes que lo piensa está de acuerdo en que un espejo puede au- mentar, ocultar, deformar e incluso escoger por sí mismo, según como sea su estructura, conformación o posición; en consecuencia, y llevando la percepción de tan sugestivo e ima- ginativo fenómeno hasta sus últimas conse- cuencias, es dado pensar que precisamente sean ésas las funciones que corresponden al arte. Así, como glosa un experto: «Los retratos se pintan para ayudar a recordar a la persona y para dar, a aquellos que no tuvieron ocasión de conocerla, alguna idea de cómo era».
La presencia de excelentes retratos de es- cuela española en las colecciones del Prado trae a primer plano la idea ampliamente ex- tendida de que sus autores no se dedicaron en exclusiva al cultivo de las efigies; práctica- mente no hubo uno solo que no compartiese tal dedicación con otras de rango muy dispar y evolución acorde con tiempos y comitentes diversificados, como los de la omnipresen- te pintura religiosa, las naturalezas inertes, las decoraciones o el paisaje, dependiendo de las épocas. Tales asuntos se hicieron más variados cuanto más avanzaron los tiempos, para desembocar en el siglo xix en una formi-
dable eclosión de géneros, sobre los que des- tacaba el del retrato, a la vez que se moderni- zaba la escuela y en ella aparecían singulares motivaciones, clientela de diferente signo y valoraciones públicas del trabajo de los artis- tas, llegando hasta la floración de las grandes exposiciones, descollando las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.
Cualquier retratista, con mayor propie- dad, o cualquier autor que contase con la realización del retrato como medio de vida merced al cual completar sus ingresos, in- dependientemente de que trabajase para la corte, la aristocracia, la Iglesia o las familias acomodadas, en suma allá donde encontrase una sociedad decididamente dispuesta a pa- gar por su trabajo, siempre hubo de contar con el consiguiente repertorio de trucos o de afeites, no obstante desear la consecución de una máxima autenticidad, un realismo, verismo o naturalismo adecuado al modelo que posaba. Debía buscar la luz conveniente y los colores, establecer las formas median- te la base de un dibujo riguroso o bosquejos previos y conocer el entorno de la persona, del atuendo a las joyas y de los símbolos de la categoría del efigiado al entorno en donde debía inscribir al personaje, de acuerdo con su posición en la sociedad.
El gran comercio europeo de la Baja Edad Media facilitó el florecimiento de las ciudades europeas en general, especialmente las que se encontraban en encrucijadas im- portantes del interior o las que poseían puer- tos marítimos, e incuso fluviales, en los que concluían rutas que venían de muy lejos y, discurriendo por diferentes tierras continen- tales, enlazaban con puertos del sur a los que
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