Page 13 - El retrato español en el Museo del Prado
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la Civilización Occidental, en muchas de sus facetas más escogidas.
En efecto, si pensar en la palabra museo implica concebir un ambiente distinto y sun- tuoso, lejos del mundo en el que habitual- mente las gentes desarrollan su existencia, aplicarla al Prado implica la posibilidad de descubrir un panorama de obras sugestivo y exquisito, un ambiente de remotos horizon- tes, tan fastuoso como armónico pero próxi- mo y entrañable, inscrito en el corazón de las tradiciones españolas, rodeado del pres- tigio evocador de los grandes nombres de las magníficas escuelas pictóricas europeas. Tan sorprendente y singular compendio de mara- villas se alberga en un conjunto de construc- ciones, antiguas y modernas, resaltando entre ellas el formidable edificio neoclásico de be- llas proporciones, que es la serena y superior creación del gran arquitecto –retratado por Goya– Juan de Villanueva, que lo culminó en 1785; se conserva en el museo la maqueta que presentó para su aprobación ante Carlos III (1759-88), inaugurándose en 1819, cuando rei- naba su nieto, Fernando VII (1814-33).
Como quiera que en principio se pen- sase para ser Museo de Historia Natural y Academia de Ciencias, se completó entonces el proyecto con un elegante recinto, frente a su fachada sur, en cuyo interior se encuen- tra el Real Jardín Botánico y, en las alturas que dominan sus alrededores, con el Real Observatorio Astronómico, todo lo cual for- maba parte del área de transformación de la capital, en las postrimerías de la Ilustración. Más tarde, la evolución urbana y las diver- sas y dispares ampliaciones del museo –pe- queños retoques constructivos por adición
de edículos subordinados al principal– por causa de las lógicas necesidades de espacio, al compás del incremento de sus fondos, incluyendo la entrega por parte del Estado Español del llamado Casón, enorme edifi- cio que fue el Salón de Fiestas del antiguo Palacio Real del Buen Retiro, concluyeron en 2006, alterando definitivamente la concep- ción urbanística de la zona y, por ende, aña- diendo otro género de espacios levantados en las proximidades del primigenio núcleo museístico dieciochesco.
Cuando hay que adentrarse específica- mente en el proceloso ámbito de un campo artístico tan complejo como es el del retrato y, más todavía, en el de una colección tan rica y variada de ejemplares del mismo, que abarca desde los tiempos medievales al de los comienzos de la Belle Époque, conviene evocar la precisión que la Real Academia Española escoge, en su Diccionario de la lengua española, para definir el término. Primero indica que procede del latín retractus y añade, en prime- ra acepción, «Pintura o efigie que representa alguna persona o cosa», para continuar, en segunda, «Descripción de la figura o carác- ter, o sea, de las cualidades físicas y morales de una persona» y, después, prosigue con otras complementarias, entre ellas, «Lo que se asemeja mucho a una persona o cosa».
Tales consideraciones son sumamente útiles a la hora de enfrentarse con el senti- do y la realidad que implica el concepto de retrato, aun cuando no siempre se camine en tal dirección, máxime si se siguen otros criterios, en especial en la amplia creativi- dad de los siglos xx y xxi, que han provocado infinitas tensiones y sensibles alteraciones en
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