Page 19 - El retrato español en el Museo del Prado
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                el futuro, y como resultado de nuevas inves- tigaciones acerca de su ejecutoria, así como gracias a los hallazgos de nuevas piezas, será posible conocer de quiénes se trata y otor- garles su lugar adecuado en la evolución de la escuela. Bien es cierto que algunos de los pin- tores de la corte de Felipe II poseyeron unos talentos eminentes y una sólida técnica, tal es el caso de Alonso Sánchez Coello (1531/32- 1588), cuya sinceridad en la observación y la sobriedad coherentemente expresada de su oficio, fijando con minuciosidad multitud de detalles, confieren a sus obras una autoridad singular, plasmada en sus retratos cortesa- nos de manera directa y humana (véase, por ejemplo, fig. 3 y cat. 1). Éste y otros maestros supieron extraer el carácter individual de sus modelos, resultado de una transcripción objetiva, ingenua y carente de artificio, no obstante el mundo de lujo y efectismo de los atuendos suntuosos que les envolvían. De él y de Juan Pantoja de la Cruz (h. 1553-1608), el museo madrileño guarda excelentes ejem- plos de sus aciertos con el pincel. Dentro de su estela pero en un nivel sensiblemen- te inferior, les siguen otros bien identifica- dos, como Bartolomé González (1564-1627) y Rodrigo de Villandrando (h. 1588-1622), a la vez que diversos maestros más, varios de ellos anónimos.
Bajo el reinado del emperador se produ- jeron sensibles metamorfosis en la idea de retrato que individualmente influyeron en la escuela gracias a los sobrios ejemplos de Tiziano y algo después de Anthonis Mor van Dashorst (h. 1519-1576/78), conocido en la península Ibérica como Antonio Moro. Entre uno y otro, a su modo, y diversos autores más
pero inferiores a ellos, se acabaron fijando las fórmulas para las imágenes de la dinastía. También en esta especialidad sobresalió con gran categoría el valenciano Juan de Juanes (h. 1510-1579) y el género se cultivó en otras ciudades; pero el lugar donde se alcanzó un elevado concepto de calidad y novedad fue Toledo. Allí trabajó ampliamente Doménicos Theotocopoulos, el Greco (1541-1614), quien dejó para la posteridad una impresionante galería de retratos, de los que el Prado con- serva una parte considerable. A él se vinculan ciertos pintores como Luis Tristán (h. 1585- 1624) o Juan Bautista Maíno (1579-1649), aun cuando entre los casos citados y los pinto- res de la corte aparezcan las figuras de Juan Sánchez Cotán (1560-1627), Santiago Morán (h. 1571-1626), Pedro Antonio Vidal (h. 1570- ?) y los atrás indicados Bartolomé González y Rodrigo de Villandrando, autores con los cuales se establece la transición al prestigioso siglo xvii en el que se alcanza la madurez del género, que de ser un tanto provinciano y sometido a condicionantes foráneos, pasa a convertirse en una caudalosa y solemne co- rriente que se enriquece con la presencia de genios universales como José de Ribera (1591- 1652), Francisco de Zurbarán (1598-1664), Diego Velázquez (1599-1660), Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) y otros muchos, también de poderosa y sólida ejecutoria.
El Barroco traerá, al mundo del retrato, indudables y valiosas evoluciones y notorieda- des, partiendo de las adquisiciones técnicas, estéticas y teóricas hechas en el pasado, como es el descubrimiento de la noción de arte con- siderada como un valor de orden espiritual, independiente del concepto prosaico del
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