Page 21 - El retrato español en el Museo del Prado
P. 21

                desencadenamiento de una asoladora guerra, la de Sucesión de España (1700-13), de la que saldrá victoriosa esa dinastía, lo que la afian- zará en el disputado trono hispano.
También al siglo xvii le corresponde la consolidación de una corte fija, que desde 1561 era Madrid, con la veleidad del trasla- do a Valladolid unos pocos años, para no volverse a mover de la ciudad que escogió Felipe II como centro de sus estados multi- continentales. Ello trajo consigo la afluencia de un nuevo tipo de público más complejo y diversificado que el preexistente, se desa- rrollaron manifestaciones culturales de dis- tinto orden, se ampliaron los Reales Sitios e incluso se creó uno nuevo, el Buen Retiro, que fue extraordinariamente decisivo para el cultivo y la acumulación de grandes co- lecciones de pintura. La nobleza y la Iglesia levantaron residencias así como centros de culto, la ciudad creció y el teatro conoció una espléndida etapa dorada. Uno de los te- mas pictóricos que vivió un gran auge fue el retrato: se ampliaron destacadamente sus tipologías, alcanzó a un número creciente de miembros de la sociedad, comenzó a expor- tarse a otras cortes europeas, se envió a re- motas casas de gobierno del enorme imperio (en ambos casos las efigies de los monarcas) y muchas de sus más significativas creaciones, superando barreras retardatarias, se elevaron a niveles de categoría artística hasta entonces insospechados, que constituyen hoy series de verdaderas obras maestras universales, has- ta el punto de que una de sus realizaciones supremas, la «Teología de la pintura», como así denominó elogiosamente Luca Giordano a Las Meninas (fig. 4), es un retrato de grupo.
Al igual que en el siglo anterior, la corte fue el centro del retrato, no en vano reyes y cortesanos, con sus necesidades represen- tativas de todo tipo, consideraban el géne- ro como vehículo de aspiraciones de muy distinto signo. Funciones protocolarias, ur- gencias representativas, deseos de crear una memoria de hechos y protagonismos histó- ricos, efectismo de la propaganda dinástica, recuerdo de antepasados cuyos rasgos había que preservar o intención de tener presentes a familiares pertenecientes por su naturaleza a una política matrimonial o a fin de cono- cer las facciones de los nuevos familiares que se incorporaban al núcleo de la estirpe rei- nante son algunos de los aspectos humanos que contribuyeron a la eclosión del género retratístico. Se hicieron ecuestres, en pie de cuerpo entero, de medio cuerpo, en tres cuartos, sentados, incorporados a pinturas de narración histórica, en miniaturas con desti- no a joyas o dijes de menor costo, etcétera.
Todos los tipos de retrato cortesano del siglo anterior prosiguieron su andadura con otras connotaciones renovadoras, tanto en el concepto como en las formas, y desde luego en la moda. Siempre dentro del retrato pin- tado –el grabado es mucho más elocuente en prosopopeya y simbología– se advierte una ausencia casi total de retórica, pompa y alego- rías; se tiende a un verismo austero y los fon- dos, en bastantes ocasiones de paisaje, ceden el paso a superficies planas neutras o sencilla- mente umbrosas, lo que facilita la presencia de volúmenes figurados a la hora de recurrir al efectismo de la aparente tercera dimensión.
Con Velázquez el horizonte se abrió con- siderablemente en todos los sentidos. Sus
19





























































































   19   20   21   22   23