Page 24 - El retrato español en el Museo del Prado
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                 [Fig. 5]
Bartolomé Esteban Murillo, Nicolás Omazur, 1672. Óleo sobre lienzo, 83 x 73 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado, P-3060
muchos de los cuales son universalmente co- nocidos por su nombre, acciones y destinos. Son reyes, infantes, favoritos, militares, cor- tesanos o escritores, en suma aquellos que dejaron huella perdurable en su tiempo. Hay, por supuesto, anónimos pero, a lo largo del prestigioso xvii, la pintura alcanzó tal pro- greso en la observación de la psicología del individuo que las facciones de gentes des- conocidas pueden llegar a parecer incluso familiares al espectador, tal es el grado de aproximación a la realidad que despliegan.
Al tiempo el género amplia su esfera des- de el retrato directo y de función iconográfi- ca, como son las imágenes oficiales de sobe- ranos y soberanas hasta el de características subjetivamente mordaces del modelo o que, sin ser tan duras, reflejan las carencias y la- cras de los modelos. También hay que consi- derar que en el fondo de la evolución general del retrato se destaca la persistente tenden- cia de determinados artistas a recordar sus propias efigies para las generaciones venide- ras. Sin embargo, quien en unos cuantos pá- rrafos estableció una característica singular del retrato del siglo xvii fue Johan Huizinga en Homo Ludens, donde afirmó: «El siglo de Descartes [...] de navegantes valerosos, de migración hacia las tierras de ultramar [...], de florecimiento de las ciencias naturales [...], dio vida a la peluca. En los años veinte se pasa del pelo corto a la moda del cabello largo y, a principios de la segunda mitad del siglo, apa- rece la peluca. Quien quiera que desee pasar por señor, ya sea aristócrata, juez, militar, clérigo o mercader, empieza desde entonces a llevar una peluca como adorno [...]. Ya en los años sesenta la peluca alcanza tal grado
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