Page 25 - El retrato español en el Museo del Prado
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                de fastuosidad que se la puede calificar de exageración soberbia e irrisoria del deseo de poseer estilo y hermosura [...], en un prin- cipio la peluca hace el papel de sucedáneo para compensar la escasez de bucles, es de- cir, imita a la naturaleza, mas cuando el uso de la peluca se convierte en moda universal, ésta pierde en poco tiempo toda pretensión de falsa cabellera natural y se convierte en elemento del estilo [...]. Esta peluca no sirve para imitar sino para distinguir, ennoblecer o ensalzar, de suerte que la peluca es el ele- mento más barroco de la época barroca».
Muchos de los retratos del siglo xvii se corresponden con una especie de «sed de poder», tan insaciable como general, unas veces severamente contenida y otras des- lumbrantemente patentizada. El hombre es consciente de ello, tanto de su fuerza como de sus debilidades y, parafraseando al britá- nico Thomas Hobbes, resulta lícito recordar que la vida es un afán continuo que llega has- ta la muerte por hacerse con el poder, según lo expresa en su célebre Leviathan, de 1651.
Esta realidad propuesta supone un ele- mento general que es consustancial a la época y a la vez una de sus características princi- pales. Pero ello no es una novedad del mo- mento, sino que era ya una aguda pasión en el Renacimiento, que tantos aspectos eviden- cia en común con el Barroco; nuevamente se confunden aquí los límites entre dos periodos que nunca aparecen rigurosamente separa- dos entre sí, por lo que la frase, tantas veces expresada, de Wolfgang Stechow adquiere carta de naturaleza: lo importante para la actitud barroca no es sólo la de dominar la tierra sino también la voluntad de conseguir
un equilibrio entre los poderes religioso y secular, evocando claramente el espíritu renacentista junto con un elemento tan ca- racterístico como es la conciencia del estilo y la voluntad incondicional de expresar toda la escala de las experiencias humanas, tanto en el contenido como en la conciencia que preside la forma de representación.
Todo resultaría efectivo en la medida en que se cimentase en los progresos de los co- nocimientos exactos de los hechos principa- les del Siglo de Oro clásico de gran parte de Europa, y de las situaciones históricas que comienzan con el sólido apogeo del poderío hispánico y concluyen, después de décadas de conflictos que ocupan toda la centuria, en el triunfo cada vez más vacilante, ago- tada por el exceso de empresas bélicas, de la Francia de Luis XIV próxima a 1700. Tan eficaz extrapolación vendría de la mano del análisis exacto de las ideas filosóficas y teó- rico-artísticas de la época que tuvieron una misma importancia para todas las artes sin li- mitarse a las particularidades de cada una de las disciplinas artísticas. Las investigaciones de Giulio Carlo Argan demostraron la impor- tancia que tuvieron para la cultura barroca los principios basados en el concepto de la retórica; de ese mismo filón expresivo pro- cede una visión renovada del «barroco como forma artística de la retórica» y de la impor- tancia que tiene el concepto persuasio ya se aplique al efectismo político o a la conversión decidida dentro del campo de la religiosidad doctrinaria.
A tal efecto, es obligado pensar en la mo- tivación última de la creación artística puesto que los pensamientos, las demostraciones y
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