Page 27 - El retrato español en el Museo del Prado
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Con todo, lenta y gradualmente irán apa- reciendo autores españoles cuya modesta eje- cutoria será el punto de partida para una evo- lución posterior. Los viajes a Italia de alguno de ellos, junto con los ejemplos que proponía la frecuente entrada tanto de pinturas adqui- ridas en el extranjero como la producción pictórica en el solar hispano de los artistas llegados de allende los Pirineos, así como el impulso de la Corona en el campo artístico que desembocó finalmente, a imitación de Francia, en la creación de una Real Academia de Bellas Artes, la San Fernando de Madrid, cuya gestación se inició en 1744 para ser in- augurada en 1752, reinando ya Fernando VI (1746-59), supusieron factores decisivos para la renovación de la escuela. Tal institución sería el modelo de otras en la propia penínsu- la Ibérica y en las tierras de América integra- das en el imperio español. A la vez, la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, fundada en 1721, iba a ser otro semillero de jóvenes valores, entre los cuales se contarían con el tiempo las figuras de Andrés de la Calleja (1705-1785), Antonio González Ruiz (1711- 1788), los González Velázquez –predominan- temente Antonio (1723-1794) y Zacarías (1763- 1834)–, Francisco Bayeu (1734-1795), Mariano Salvador Maella (1739-1819) y Francisco de Goya (1746-1828), quienes, además de pintar casi todos cartones para la manufactura, se- rían también grandes retratistas.
La segunda mitad del siglo, por contraste con la primera, ofrece un panorama brillan- te y prometedor. Muchos más artistas van a Italia y otros combinan estas enseñanzas de estética barroca con los nuevos principios del pintor abanderado del neoclasicismo na-
ciente, y gran retratista, Antón Rafael Mengs (1728-1779), presente en Madrid desde co- mienzos del reinado de Carlos III. También, durante la fase inicial de tal periodo, acude a la corte madrileña Giambattista Tiepolo (1696-1770), acompañado por sus dos hijos Giandomenico (1727-1804) y Lorenzo (1736- 1776); solamente al tercero es posible califi- carle de retratista, en razón de sus magníficas efigies al pastel, ya que tanto su padre como su hermano se dedicaron a la gran decoración pictórica, cuyos éxitos quedan constatados al observar las impresionantes pinturas de los techos del Palacio Real. Análogamente, la conclusión de la citada residencia madrileña, colosal empresa iniciada bajo Felipe V y pro- seguida por Fernando VI para ser rematada bajo Carlos III, el desarrollo económico y los avances culturales de la Ilustración potencian una fase renovadora del arte español que cul- mina a fines de la centuria y comienzos de la siguiente. Algunos importantes pintores per- manecen un poco al margen de los encargos oficiales o no comparten la vida de la corte, como el frustrado retratista y gran bodegonis- ta Luis Meléndez (1716-1780) o Luis Paret y Alcázar (1746-1799), autor de deliciosas esce- nas de espíritu rococó y peculiares retratos, varios en el Prado, así como otros excelentes retratistas. En conjunto, todos contribuyen a formar la idea de un siglo xviii más cercano a la Europa de entonces y muy distinto del que hasta hace poco tiempo se tenía noticia.
En realidad, este fértil y brillante período concluye con el destronamiento de Carlos IV (1788-1808), la crisis de la monarquía, la in- vasión francesa con el reinado intruso de José Bonaparte (1808-13) y la subsiguiente Guerra
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