Page 110 - El poder del pasado. 150 años de arqueología en España
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Con todo, en los últimos veinticinco años la ar- queología clásica ha sido capaz de ampliar notable- mente los registros arqueológicos, no en vano es una «Gran tradición» por emplear la terminología de Ren- frew, y con ellos abordar el proceso de cambio cultural en un marco provincial del Imperio Romano. Como atestiguan los numerosos estudios sobre la ceramolo- gía romana, la musivaria, la escultura y otras artes me- nores. También ha profundizado en los estudios ar- queométricos para definir cadenas productivas, centros de producción y canales de distribución junto a modelos de comercio. Ha abierto nuevos campos esca- samente transitados anteriormente como las prospec- ciones de superficie, las geofísicas, la arqueología del paisaje y la arqueología militar, por citar solo algunos de los más relevantes.
Todo lo anterior esta contribuyendo a redefinir el concepto tradicional de «Romanización» (Pereira Me- naut 2010, Le Roux 2004), probablemente el más nece- sitado de (re)elaborar una metodología estrictamente arqueológica que explique las interacciones « poder romano/comunidades indígenas», más allá de las na- rrativas exclusivamente historicistas ( Woolf 1998 ) y que al mismo tiempo no diluya por completo el con- cepto (Krausse 2001). Una Romanización que en otros ámbitos provinciales romanos ya ha recibido nuevas aproximaciones en las que la autonomía de la investi- gación arqueológica se erige como requisito impres- cindible (Pitts y Versluys 2014, Woolf 2012). Y por últi- mo, los nuevos estudios sobre agricultura, economía, intercambio y comercio han ampliado el sujeto de es- tudio de la arqueología clásica que ya no se restringe a las élites para incluir todas las clases sociales, en una suerte de « democratización » de la mirada ar- queológica.
La arqueología medieval
La tradición decimonónica de la arqueología medieval española se basó en la recopilación y estudio parcial —raramente integral— de materiales medievales pero no llegó a cristalizar en una verdadera arqueología en el sentido moderno de la disciplina, más allá de actua- ciones dispersas, muchas veces fortuitas y casi nunca con objetivos definidos (Salvatierra 2013). Sí lo hicieron la arqueología prehistórica y la clásica. Parece que la importancia de los textos escritos en la Edad Media, la escasez de piezas arqueológicas completas (por la po- breza de ajuares funerarios), el énfasis en la arquitec- tura y la falta de excavaciones en asentamientos, forti- ficaciones y otros sitios, que estuvieron casi polarizadas en torno a las necrópolis visigodas, provocaron un cier- to estancamiento de los estudios arqueológicos medie- vales (Salvatierra 2013: 206 y ss.).
Manuel Gómez-Moreno (1870-1970) fue su padre fundador en España, aunque su relevancia, por cues- tiones idiomáticas, en el extranjero apenas fue percibi- da (Valdés 2014).
La realidad es que a mediados del siglo XX la ar- queología medieval era poco más que la arqueología paleocristiana e hispanovisigoda, junto a algunos estu- dios arquitectónicos de limitada perspectiva arqueo- lógica. Además lo medieval no formó parte sustancial del nacionalismo español e incluso el pasado islámico era prácticamente ajeno al pasado nacional español (Díaz-Andreu 1996, 2014) (ver pp. 112-113). Otro hecho determinante en la escasa entidad de la arqueología medieval fue su mínima presencia en la universidad. Incluso uno de los pilares fundacionales, Alberto del Castillo en la Universidad de Barcelona, solo se dedicó a la arqueología medieval en sus últimos años acadé- micos (Vidal 2016). Eso ayuda a entender por que en la actualidad la arqueología de al–Ándalus sigue relegada en las universidades españolas y, en general, se puede afirmar que es una especialidad que no ha cuajado aca- démicamente. El profesor A. Malpica ha llegado a sos- tener que no hay una arqueología medieval académica y que eso coloca a la arqueología medieval en las afue- ras de la legalidad, del medievalismo y de la arqueolo- gía profesional (Malpica et al. 2016a: 240). Pero veamos como hemos llegado a esta situación [fig. 12].
A finales de la década de 1970 lo que se llamaba ar- queología medieval sostenía unas relaciones proble- máticas —y aún conflictivas en ocasiones— con la his- toria medieval y la historia del arte (Izquierdo 1994). Además la Edad Media (711-1492) se repartía entre la arqueología de los reinos cristianos y al-Ándalus, con- sideradas separadamente, y encima, los cambios terri- toriales a medida que los reinos cristianos avanzaban hacia el Sur en el cuestionable proceso de la «Recon- quista» movían continuamente los escenarios y sus protagonistas (Carvajal 2014: 318-19). Pero también dentro del seno de la arqueología medieval se movían tres líneas: la arqueología visigoda y de la Alta Edad Media, la arqueología de al-Ándalus, que será la más activa e innovadora y referencia obligada para la ar- queología medieval del resto de España, y por último, la arqueología de la expansión de los reinos cristianos. En conjunto, no dejaba se ser, de alguna manera, un perio- do arqueológicamente marginado.
Entre mediados de los años setenta y mediados de los ochenta se configuró la arqueología medieval, en sen- tido moderno, cuando se cruzaron varios factores (Carva- jal 2014: 319 ss.): 1) una excelente generación de arqueólo- gos que promovió la institucionalización de lo medieval en los Congresos Nacionales de Arqueología, así como la creación de la Asociación Española de Arqueología Me- dieval (1982) y la fundación de los Congresos de Arqueolo- gía Medieval Española (1985); 2) un contexto sociopolítico
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