Page 249 - Glosario imposible
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Autonomía
más táctico, mucho más pegado al terreno de cada práctica artística concreta. La autonomía moderna, situada ya en los primeros arranques del Romanticismo, destaca por investigar y desplegar una negatividad capaz de hacer saltar los límites de las prácticas artísticas aceptadas y legitimadas. Los artistas asumen como tarea irrenunciable el desafío de las convenciones formales y materiales de su arte: buscan así inspirarse en lo irracional, lo primitivo, lo medieval, lo absurdo..., cualquier cosa que evite que nos quedemos dormidos en los laureles de lo sancionado por
la nueva sociedad nacida de las revoluciones burguesas. La heteronomía en ellas aparece bajo la forma —tan denostada por Baudelaire— del philistine, la persona normal, el buen ciudadano que no se mete en líos y que lleva adelante sus negocios. La autonomía moderna consigue desafiar constantemente este modelo de socialización y al hacerlo mantiene vivas las posibilidades de autoorganizar nuestras propias vidas, que ahora ya no tienen que vérselas con el absolutismo del Antiguo Régimen, sino con las tecnologías del yo, características de la sociedad burguesa.
Esta forma de autonomía resulta oportuna durante más de siglo y medio, pero el caso es que al igual que sucediera con la autonomía ilustrada, también la autonomía moderna perderá el norte al no ser capaz de adaptarse a los cambios en su contexto. Así, en la década de 1970, cuando la contracultura empieza a convertirse en el paradigma dominante, ser “raro” o incluso epatante comienza a ser una distinción rentable, que dará fuelle a la nueva economía del consumo y el diseño “personalizados”. Esto se hace especialmente patente en el campo del arte, donde los juegos de provocación vanguardistas no solo dejan de tener el efecto reproductor de la autonomía que tuvieron en sus inicios, sino que ahora más bien servirán para sancionar el statu quo vigente. Ser original y rompedor en una economía de consumo ya no es ni mucho menos garantía de autonomía, sino que viene a ser poco menos que una obligación más del guion, como la de estar muy ocupado, mantenerse joven o viajar mucho. Por este motivo, instituciones como el Premio Turner, que alguna vez sirvió para cuestionar y expandir los límites del arte, acaba siendo el “símbolo de esa élite que, edición tras edición, se ríe con condescendencia al leer los titulares de los tabloides, incapaces de comprender la sutileza de sus provocaciones”5.
Así las cosas, y si tanto la autonomía ilustrada como la moderna se han visto desbordadas y en cierto modo canceladas, ¿cabrá seguir sosteniendo que la
249 5. Pablo Guimón, “Arquitectura no apta para élites”, El País, 26 de diciembre de 2015. Ver. <www.cultura. elpais.com/cultura/2015/12/22/babelia/1450803475_037228.html>.