Page 251 - Glosario imposible
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Autonomía
lo hacíamos, el “modo” desde el cual dábamos cuenta del mundo y de los follones en los que nos metíamos. Nos parecía que eso, el “modo de relación” específico en que nos movíamos, era a la vez lo que nos distinguía y lo que nos permitía acoplarnos con los demás, era la clave de nuestra eficiencia estética y política, y era, por supuesto, lo que podíamos estar aportando al común del que éramos parte.
Y no consistía únicamente en que una tarea pudiera acometerse de un modo o de otro: muchas veces era justo el modo de relación el que creaba la tarea o el que nos permitía verla, y no solo esa tarea, sino también los medios para llevarla a cabo, e incluso los “valores” desde los cuales dicha tarea aparecía como necesaria y eventualmente bien resuelta7.
Por descontado, todo este frente presentaba problemas de claro calado ontológico. ¿Íbamos a afirmar que eran nuestros modos de relación los que creaban el mundo? ¿O sostendríamos, por el contrario, que el mundo era completamente impermeable a los modos de relación que éramos capaces de desplegar? Los idealistas de toda la vida y el materialismo más ramplón se habían puesto de acuerdo para dejarse los dientes ante esos tropiezos..., y nosotros le teníamos cariño a nuestra dentadura intelectual.
Así que nos harían falta categorías específicas para entender cómo cada modo de relación suscitaba una distribución de entes diferente y contribuía a “cambiarlo”. Para nosotros estaba claro que haber, lo que se dice haber, solo hay un mundo, pero sin duda este no era el mismo cuando un grupo de parados y paradas, que hasta entonces eran solo números en las cuentas del INEM, se organizaban, tomaban las calles y, de paso, sus propias vidas. Esos eran los modos de relación que nos interesaban, y parecía que la manera en que las prácticas artísticas habían procedido, incluso las más clásicas, nos podía ayudar a entender esto.
Para ello teníamos que comprender bien la dinámica interna de eso que Lukács llamaba “medios homogéneos”, las unidades mismas con las que se
7. De esto la estética clásica sabe mucho: no en balde, el nombre más antiguo que tenemos para aludir a estos modos de hacer es el de “poéticas”, que no significa otra cosa que “haceres”. Hannah Arendt, en La condición humana, ha hecho uno de los estudios más hermosos sobre los matices del “hacer”. Entre ellos, el poiein alude
a un hacer claramente performativo, que construye su propio quehacer y los medios que precisa. Todo ello nos puede servir para rematar algunas de las malas inteligencias más arraigadas en nuestra visión de lo estético. Para empezar, las poéticas, como los modos de relación, no han podido nunca resolverse en los torpes términos de sujeto y objeto. No podemos afirmar que el sujeto S llega y manipula a placer al objeto O, porque muy a menudo el sujeto y el objeto parecen coproducirse, como decía el astuto Gilles Deleuze, el de los pies ligeros, al hablar del “agenciamiento jinete-estribo”. Se necesitan uno al otro para existir y para ser lo que podían ser.
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