Page 42 - Nada temas, dice ella
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en el siglo xiii, con figuras destacadas como Hildegard von Bingen. La prueba concluyente del enlace genealógico con la mística europea se encuentra en el prólogo que el padre Jerónimo Gracián escribió para el Libro de la vida. En él
se siente obligado a justificar las causas de la escritura de Teresa y señala que tanto a ella como a sus antecesoras –siempre sospechosas de estar poseí­ das por el demonio a ojos de sus jueces masculinos– es «la caridad» lo que les da fuerza para cantar y escribir.
En su camino de búsqueda interior, Teresa inicia un proceso de reflexión y autoanálisis a través del cual se com­ prende mejor a sí misma, y dibuja y construye el sentido de su vida. Como dice la historiadora y ensayista Mila­ gros Rivera Garretas, la espiritualidad personal soberana es su desafío polí­ tico, su auténtica revolución mística. A veces escribe como a galope, se atropella, se agita en el intento de que las palabras fijen sus emociones, sus sentimientos, sus experiencias. Escri­ be «obedeciendo» a sus confesores
y utiliza esa obediencia como escudo de protección. Expresa sus certezas y sus dudas, establece un diálogo directo con Dios y experimenta los placeres de la oración íntima. En sus múltiples combates, la guía una lucidez subje­ tiva, «una centella de seguridad» que brilla en su alma a pesar de todas las oscuridades (Castillo interior). Con el discurso sobre su vida, su camino de perfección y sus fundaciones, Teresa
se adelanta quinientos años a la irrup­ ción del psicoanálisis, pero sobre todo se otorga el derecho de transformarse a sí misma y de cambiar el injusto mundo que la rodea. Al dar cuerpo textual a sus vivencias, crea un corpus transconfesional y transhistórico6
que hoy resulta significativo porque es profundamente humano, propio de toda experiencia no solo espiritual o mística, sino también de relación con el poder y con los sistemas cognosciti­ vos e ideológicos de cada época.
En las grandes religiones y filoso­ fías espirituales se idealiza a la mujer y se la convierte en personificación de la sabiduría primordial, pero no se le reconoce el derecho a ser ordenada sacerdotisa o a ocupar las máximas jerarquías y ser papa o dalái lama. Los teólogos medievales de Occidente decían que las mujeres no tenían alma, y san Pablo había insistido en que no debían ser maestras ni hablar en público. Las mujeres han sido históricamente relegadas a una posi­ ción subalterna, tanto desde el punto de vista jurídico como económico, social y creativo, y las voces que pro­ ponen una visión femenina renovado­ ra han sido rechazadas o silenciadas y han visto desplazado su trabajo a los márgenes o al techo de cristal con­ temporáneo que no les permite atra­ vesar ciertos umbrales de poder.
Al crearse a sí misma escribiendo –en un siglo en que se calcula que solo el tres por ciento de las mujeres
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