Page 43 - Nada temas, dice ella
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estaban alfabetizadas–, Teresa se trans­ forma en su propia obra de arte, resigni­ fica su propio itinerario existencial y
lo lleva más allá de los límites impues­ tos por las instituciones que vigilan y castigan. Es cierto que pertenece a la clase burguesa, que lee con su madre y tiene acceso a las bibliotecas de su padre y de su tío, un converso que se hizo eremita... Pero la conciencia de
su propia vulnerabilidad y de su poder –con lo que desvela y lo que oculta, con lo que dice y lo que prudentemente sabe callar– impulsa su afán de crear discursos para llegar a otros, para hacerles partícipes de su experiencia.
Teresa, como Juan de la Cruz, ense­ ña que la contemplación es una entrega al misterio de la vida, al silencio, al alma preparada para recibir sin esperar nada. Esa receptividad constituye la dimensión femenina de todo ser vivo, de hombres y mujeres. La meditación y el distanciamiento del pensamiento discursivo son un sustrato común a la mística cristiana, la sufí, el budismo
o la doctrina védica. En el budismo
se habla de «vacío»; en el cristianismo de «olvido de sí», y en el hinduismo de «advaita» como enseñanza de la no dualidad, de la identidad suprema del yo fusionado con el todo. Son formas de llegar a lo sublime a través del amor y de la entrega, de la renuncia al propio ego. Son un camino para adentrarse en la «noche oscura del alma».7 La rendi­ ción es la aceptación de abandonarse al amado, de entregarse a un maestro,
como apuntaba el sabio sufí Rumi,8 un maestro que no nos pide que le siga­ mos, sino que nos sigamos a nosotros mismos. Y el matrimonio espiritual tiene como fin traducirse en la acción, «que nazcan siempre obras, obras» (Castillo interior). Porque cada ser tiene su vibración, su luz, su potencia. En
el Cántico espiritual, Juan de la Cruz, hablando de las criaturas, dice que cada una de ellas canta a su manera al Dios que está en ellas. De sus palabras se desprende que cada uno debe rea­ lizar un aspecto de la divinidad en su vida, cada uno ha de ser su propia obra; cualquiera puede ser artista, como dijo después Joseph Beuys.
El arte es un modo de conocimien­ to, una forma de saber y también un ejercicio de poder. En el arte hemos de buscar la presencia y el sentido que sobrepasan lo visual. Debemos ir de
la imagen visible al elemento invisible, del mensaje explícito al contenido oculto, y preguntarnos qué aparatos ideológicos han impedido que haya grandes artistas mujeres o por qué
las grandes escritoras parecen excep­ ciones. Al deconstruir y reconstruir
la historización de la categoría «mu­ jer», vemos que la reivindicación del devenir mujer no es solo un proceso individual, sino un ejercicio político colectivo.
En sus muchas personificaciones, la mujer es un espacio vacío, el vacío que da lugar a la creación, un espacio abierto a todas las potencialidades,
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