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en el que había un magnífico altar, pre sidido por la imagen de Santa Teresa de Jesús. La pared que le servía de fondo estaba cubierta con banderas, y en la parte central, el emblema del Arma de Intendencia.»
El acto concluía con las aclamacio nes rituales –«¡Franco, Franco, Franco!» y «¡Arriba España!»– mientras la banda de música tocaba el himno
de la Falange y el nacional.
En el clima triunfal de la posguerra, Silverio de Santa Teresa publicaba Santa Teresa de Jesús, síntesis suprema de la raza, que durante muchos años constituirá la biografía oficial de la mística carmelita. El libro, que vuelve a proponer el esquema hagiográfico construido a partir de los procesos de beatificación y canonización, dibuja una imagen de Teresa en perfecto acuerdo con la Iglesia de su tiempo y subraya su espíritu antiluterano.11 En él se declara como premisa: «huelga decir que el hogar donde Teresa nació era cristiano viejo, de la más pura fe
y limpieza de costumbres».12
Hasta la década de los sesenta la
santa carmelita será exaltada como una especie de icono del nacionalca tolicismo, convertida en emblema con la denominación de «santa de la raza». Ni el descubrimiento, realizado en 1946 por Narciso Alonso Cortés, del Pleito de los Cepedas, con documentos que desvelaban su origen converso, modificó la representación de Teresa como «cristiana vieja» e «hidalga».13
2. El Centenario de 1962.
La crítica del nacionalcatolicismo
En 1962 la inauguración del Concilio Vaticano II coincidió con el IV Cen tenario de la Reforma Teresiana. Las modalidades de su conmemoración reflejan el inmovilismo que seguía ca racterizando el ámbito ritual y litúrgico. El acontecimiento se celebró con un impresionante despliegue de medios de información y con el protagonismo de las instituciones políticas y religiosas (el propio Franco y su mujer, Carmen Polo, presidían la junta organizadora) yse configuró como ocasión para relan zar a escala nacional el culto teresiano y la Reforma de 1562, pero sobre todo como un intento de consolidación del consenso respecto al régimen en una fase en la que las críticas procedían in cluso de sectores católicos. Este segun do objetivo se advierte en la elección de los rituales destinados a fortalecer el pacto nacionalcatólico y a desempe ñar una función de agregación en torno a la figura del Caudillo a través de la utilización de las conmemoraciones teresianas como instrumento de movi lización ideológicoreligiosa, conforme a un esquema inaugurado en el siglo xix por los carlistas.
El viaje de la reliquia teresiana por todo el territorio español, los discur sos, las manifestaciones y los honores militares evidencian la persistencia de un modelo devocional anacrónico y de un uso público de la religión que remite a modelos tridentinos.
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