Page 81 - El retrato español en el Museo del Prado
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                FRANCISCO DE GOYA
Fuendetodos, Zaragoza, 1746 – Burdeos, 1828
Pintor, dibujante y grabador, Goya es uno de los artistas más singulares de la cultura europea y uno de los máximos represen- tantes de la pintura española. Nació el 30 de marzo de 1746, de padre dorador, aun- que estudió pintura en el taller de José Luzán. Casó con Josefa Bayeu, hermana de Francisco Bayeu, que desde su puesto de pintor de cámara y su cercanía a Antón Rafael Mengs influyó decisivamente en
la carrera cortesana del joven. Nombrado pintor del rey en 1786, pintor de cámara en 1789 y primer pintor de cámara en 1799, Goya fue, además, profesor de pin- tura de la Academia de San Fernando y retratista de prestigio de la aristocracia, sin olvidar su faceta de pintor de compo- siciones religiosas para la Iglesia. Enfermo de gravedad en 1793, quedó sordo, com- binando desde entonces los encargos oficiales con una actividad más privada
e íntima, como fueron sus álbumes de dibujos y las series de aguafuertes, como los Caprichos (1799), Tauromaquia (1814), Desastres de la guerra (1808-14) y Disparates (h. 1819-21), así como los cuadros de gabi- nete con ideas nuevas e independientes. La guerra de la Independencia y la llega- da de Fernando VII, con la consiguiente represión política, fueron periodos de- terminantes de su vida que afectaron a
su obra artística, marcada fuertemente por sus ideas avanzadas y liberales, que le llevaron al exilio en 1824. Murió el 16 de abril de 1828. M. M. M.
EL GRECO
Candía, Creta, 1541 –Toledo, 1614
Doménicos Theotocopoulos fue el artista más sobresaliente de cuantos trabajaron
en España durante el reinado de Felipe II. Llegó a España en 1576 tras una compleja y larga formación que se desarrolló entre su Creta natal y la península italiana, prove- yéndole de un doble estrato artístico –bi- zantino y renacentista–, que resultaría ca- pital para el Greco más personal y maduro. Tras un trabajo deslumbrante para la iglesia de Santo Domingo el Antiguo, en Toledo, el Greco trató de vincularse a los dos grandes patronos de la España del momento: el rey y el cabildo catedralicio de la ciudad impe- rial. Aunque en ambas empresas presentó dos grandes lienzos que hoy resultan capi- tales para el arte español –El martirio de san Mauricio (monasterio del Escorial) y El expo- lio (catedral de Toledo)–, el artista no con- siguió encauzar su carrera en ninguna de esas dos direcciones. El Greco se vincularía entonces, y hasta el final de su vida, con el trabajo para iglesias y conventos de Toledo y su entorno, realizando obras llenas de origi- nalidad artística y sentida expresividad.
Se reveló además como un magnífico retratista en unas fechas en que el retrato moderno tan sólo se había desarrollado en la corte. Su galería de personajes toledanos está a la altura de los mejores ejemplos del Renacimiento veneciano, realizados con una pincelada suelta y vigorosa y una intensidad expresiva que se distancia del envaramiento de los retratos de aparato empleados en la corte española. L. R. G.
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